Llevo días dándole vueltas a una metáfora que me permita darle un sentido, una explicación, aunque sea superficial, al desmoronamiento ético y económico de la sociedad y la política valenciana. Una metáfora que trate de dar sentido, no sólo al hecho de que la clase política gobernante en Valencia se ha asentado en un estado catatónico de incapacidad, sino también a la sensación de que no hay posibilidad aparente de regeneración, toda vez que el problema está enquistado en la forma de producción y reproducción (y hasta de supervivencia) de esta sociedad y que no hay otras posibilidades de felicidad que devorar al otro. No encontraba la metáfora porque me resultaba complicado conectar en un mismo discurso, la realidad de violento expolio y vacío moral en que se encuentran asentados los que detentan de manera directa el poder, con la parálisis y estupidez en la que vive sumida la sociedad valenciana en su conjunto. Es como si la constatación de la corrupción se asumiera por la sociedad como un mal menor y necesario en un paraíso del que nadie quiere salir. Como si la convivencia con depredadores y malversadores fuera la única forma de sostener el ecosistema en el que vivimos, y el miedo a perder la poca o mucha felicidad que poseemos nos paralizara. Es como si un enorme número de ciudadanos y ciudadanas tuviera un compromiso indisoluble con quienes, en realidad, devoran y descuartizan a todo y todos los que sean necesarios para alimentar sus estómagos y mantener el status quo; y están dispuesto a ello, porque la alternativa es (o piensan que es) tan sólo entre comer o ser comido.
En ningún lugar como en Valencia, las normas, la estructura jurídica y administrativa, el poder judicial y los sistemas de regulación se han deteriorado hasta tal punto que estos han devenido en una simple mascarada y en el "laberinto de los osos" que es ahora nuestra ciudad... Como en el documental de W. Herzog sobre el estúpido Timothy Treadwell y su pasión por los osos... todos bailan, juegan, corretean; unos incautos (que no inocente) otros, con la mirada vacía, aburrida y ajena a los problemas que distingue a los verdaderos depredadores, esperan que llegue el hambre para cazar. La comunidad valenciana (sí con minúscula) ha demostrado no ser más que una fuente de recursos explotada irracionalmente por una oligarquía, un experimento perfecto y aberrante entre neoliberalismo democratacristiano y políticas del bienestar expoliado y privatizado (amaños en los PGOU, recalificaciones, cesión de suelo público municipal por convenios incumplidos y lesivos para los interese públicos)... Nuestro sistema financiero ha dado soporte al expolio de las arcas públicas, a la corrupción y al enriquecimiento ilimitado e incontrolado (Banco de Valencia, CAM, Bankia). Las administraciones públicas han hecho caso omiso de sus obligación de control, cuando no han cedido sus responsabilidades a instituciones de derecho privado que han especulado con la acción de servicio público (contratos de obras amañados y leoninos, calatraveros, empresas públicas de servicios destinadas al desfalco como CIEGSA, ayudas desmesuradas e irracionales al sector agrícola, privatización de servicios públicos quebrados como la educación o la sanidad..., sistemas de ayuda pública básica para la cohesión social como la cooperación y la solidaridad desmontados para desviar el dinero a intereses privados, aeropuertos ficticios, depuradoras de corrupción, impagos a discapacitados). Y, sobre todo, se ha comprado la voluntad, con enorme facilidad por cierto, de una casta especialmente sensible al fasto, al premio, al interés, la jerarquía... se ha comprado y amañado el funcionamiento del sistema judicial (único cortafuegos a la corrupción y el desmoronamiento del estado) a golpe de manipulación y caciquismo, haciendo imposible ninguna posibilidad de freno, contrapeso, limitación o retardo en la acción feroz de violencia animal contra los intereses generales (Fabra sin juzgar, Camps exonerado por un tribunal popular tutelado por fantasmas innombrables, jueces que no instruyen, víctimas de Metro sin amparo, impagos que arruinan a personas y empresas con normalidad de quien imparte misa diaria..., imputados que libran pagando abogados y jueces con el dinero de los desfalcado en administraciones y banca pública). Se podría decir que el desarme moral ha convertido Valencia en un bosque seco y lleno de aliagas que cuando ha prendido no ha tenido ni cortafuegos y recursos suficientes para su extinción y ha consumido sin freno todo lo que ha cogido y cogerá a su paso. Pero la metáfora del fuego no explica la pasividad de la sociedad ante la barbarie, ni la incapacidad de reacción, ni el abandono ético. Desde mi punto de vista, el problema es de índole más profundo... Durante años, una serie de loobies y un sector económico, afianzados en la burbuja inmobiliaria y el subidón de felicidad del dinero fácil y aparentemente eterno, ha puesto a la cabeza de esta sociedad a una generación de estúpidos desequilibrados, que compraron la idea del edén mediterráneo eterno e infinito. Ese grupo de estúpidos (en el sentido que Cipolla usa estúpido, personas cuya acción hacen daño a los demás al tiempo que se lo hacen a si mismos), son gentes que no podían (no podríamos, tampoco yo) soñar nunca con vivir en un mundo de lujo, derroche, disfrute sin límite, riqueza de nuevo cuño, felicidad publicitaria y brillante luminosidad pública que se les ofreció de pronto. Estos estúpidos se vieron en el medio de un gran foco público, desbordante de lentejuelas... como una falla perpetua, como una fiesta interminable, como una feria de madrugada que no termina, como una juerga de instituto sin exámenes, como un bautizo sin recién nacido, como una despedida de soltero sin boda ... La felicidad fácil e irreflexiva convirtió a masas de estúpidos sin sentido social en adalides de la nueva cultura del dinero fácil... Formulas 1, equipos de fútbol galácticos, fiestas glamurosas de veleros internacionales, cultura de barraca vendida como referente de la globalidad. Un tsunami de felicidad material superficial sostenida por la bendición, claro está, de la Iglesia y el Papa, los mayores sicarios del capital y de la explotación del hombre, la mayor maquinaria jamás conocida por la humanidad al servicio del embuste, de embaucar y de manipular a las masas de estúpidos, de torcer toda cultura hacia la alienación. De pronto, un reducido número de depredadores que campaban a sus anchas por estas tierras, se encontraron rodeados de estúpidos que ensalzaban su expolio, su innata y comprensible necesidad de alimentarse sin límite. Y esos estúpidos les entregaron a esos depredadores su territorio y su futuro en la ilusión de que en la mirada vacía y perdida de los políticos y empresarios que nos han gobernado había algo más que el afán por sobrevivir a costa de quien fuera.
Pero en esta metáfora no hay culpables, eso es una certeza a la que también he llegado con la reflexión reciente de los hechos... Los estúpidos no son culpables, nadie es culpable, no son más que un rebaño que quiere sobrevivir y, como todos, buscan un medio, uno entre otros posibles, quizá el único que les han ofrecido, él único que han percibido como viable; lo demás lo hace su estupidez. En realidad Valencia, esta comunidad, se ha convertido ni más ni menos que en una ciudad más de los millones de ciudades premodernas y globales que pueblan el planeta: en un "laberinto" de osos que devoraban a su paso y se devoraban entre ellos. Todos los estúpidos vivieron durante años disfrutando del festín que alguien impulsaba, y se aprovecharon. El problema es que ahora, con la sequía, los osos de verdad se comen a los humanos que soñaron con la felicidad, y no hay nadie que los detenga. Los embaucadores se refugian, y los estúpidos se quedan en terreno de nadie esperando de nuevo una ola que les lleve hacia arriba. Pero solo queda vació espiritual y ausencia irreflexiva de órdenes éticos. Quizá, en realidad, no haya otra cosa, con o sin burbuja inmobiliaria, que un laberinto de osos en el que nos devoramos unos a otros.
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