En tiempos de urgencias y tensiones en el debate político, se hace inevitable recurrir a los clásicos manuales de marketing público y de estrategia política. Nicolás Maquiavelo construyó su discurso pedagógico de El Príncipe en pleno surgimiento de la política Moderna, en ese periodo germinal para los estados modernos europeos que fue el tránsito entre el siglo XV y XVI, en pleno Renacimiento. Recuperadas sus enseñanzas con la mirada adiestrada de la política actual, sus palabras parecen más sentencias dogmáticas que recomendaciones de politología:
"Un príncipe, y especialmente uno nuevo, que quiera mantenerse en su trono, ha de comprender que no le es posible observar con perfecta integridad lo que hace mirar a los hombres como virtuosos, puesto que con frecuencia, para mantener el orden en su Estado, se ve forzado a obrar contra su palabra, contra las virtudes humanitarias o caritativas y hasta contra su religión. Su espírituha de estar dispuesto a tomar el giro que los vientos y las variaciones de la fortuna exijan de él, y, como expuse más arriba, a no apartarse del bien, mientras pueda, pero también a saber obrar en el mal, cuando no queda otro recurso". El Príncipe, cap. XVIII, De qué manera deben los príncipes mantener la fe prometida.
Algunos no comprenden cómo la actitud falaz o perversa de un príncipe pu
ede ser opaca a la mirada de sus conciudadanos y gobernados... En particular, se puede pensar que la tierra de las flores, la luz y Sorolla que es Valencia es un caso especial de adormecimiento democrático... A ese respecto, conviene releer este "dogma" sobre comunicación pública:
"En general, los hombres juzgan más por los ojos que por las manos, y, si es propio a todos ver, tocar sólo está al alcance de un corto número de privilegiados. Cada cual ve lo que el príncipe parece ser, pero pocos comprenden lo que es realmente y estos pocos no se atreven a contradecir la opinión del vulgo, que tiene por apoyo de sus ilusiones la majestad del Estado que le protege. [...] Dedíquese, pues, el príncipe a superar siempre las dificultades y a conservar su Estado. Si logra con acierto su fin se tendrán por honrosos los medios conducentes al mismo, pues el vulgo se paga únicamente de exterioridades y se deja seducir por el éxito. Y como el vulgo es lo que más abunda en las sociedades, los escasos espíritus clarividentes que existen no exteriorizan lo que vislumbran hasta que la inmensa legión de los torpes no sabe ya a qué atenerse". El Príncipe, ídem.
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