jueves, 15 de octubre de 2009

Carta desde la crisis

Como ya te había anunciado, he tenido que abandonar la empresa por motivos varios relacionados en parte con mi edad y en parte con la decadencia del trabajo en la construcción. Se veía venir, aunque lo que no podía imaginar es que, después de tantos años, echaría de menos la oficina y los libros contables. Para mitigar la soledad y el vacío de no tener nada que hacer durante horas y horas, y días y días se me ha ocurrido invitar a alguien a merendar por las tardes. Pasé la semana pasada por la puerta de la Parroquia, donde los ancianos sin techo hacen cola para recoger su bolsa de alimentos y reconocí entre ellos a cuatro rostros que me resultaron familiares. Me acompañaron al bar Acero, ya sabes, el que está junto al mercado, y desde ese día hemos mantenido la cita todos los martes. Conversamos amigablemente mientras se comen un bocadillo de tortilla de patatas. Es una sensación agradable; yo imagino que son amigos del colegio y con ellos recuerdo mis aventuras de la adolescencia, los partidos de fútbol en el “Campillo” y lo divertido que era beber cerveza y que se nos colara, entre carcajadas, la espuma por la nariz. La puerta de la Parroquia, al caer la tarde, se llena personas muy interesantes, aunque no son muy comunicativas y no muestran mucho interés por recordar su pasado, pero yo creo que es comprensible dada la triste situación en la que les ha colocado la vida. Pero las tardes pasan apaciblemente con ellos a la sombra de las acacias de la Alameda, mirando cómo el sol se oculta entre los altos hornos abandonados. En ocasiones se me pasa por la cabeza que esta manera de matar el tiempo es un poco triste, pero tú no estás y me hacen compañía. También me consuela saber que hay gente que está peor que yo.
Un abrazo y un cordial saludo. Tu padre.

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