Lo más probable es que la muerte de Osama no haya tenido lugar, como la Guerra del Golfo de Jean Baudrillard. En la virtualidad del relato, la estrategia militar exige retrasar su encarnación audiovisual y ocultar la imagen del cadáver. A diferencia de lo que ocurrió con el Che o con Sadam, en esta guerra sin frente alguien piensa que esa imagen no juega a su favor. Sin embargo, aun sin la imagen de Bin Laden, como en la guerra del Golfo, las imágenes que nos llegan son un fake permanente, nada que ver con el referente sobre el que se superpone lo icónico. En esa realidad paralela a la notica, a la información, al relato sólo la divinidad que todo lo ve (y no es en este caso una metáfora de la CNN), sabe si Osama está vivo o esta muerto. Como en el caso del dilema de Schröndinger, Osama puede estar muerto y vivo simultáneamente en el limbo cuántico. De manera simultánea, en la caja del experimento mediático de la CIA, Osama estará en el fondo del mar con un tiro en la cabeza (gracias Juan) o sometido a las torturas guantanameras de recuperación de la información que Dick Cheney llamó “interrogatorios” como estadio previo al acuático. En todo caso, vivo o muerto, el vacío audiovisual de la muerte de Bin Laden demuestra que la imagen se ha convertido en un arma tan poderosa que la técnica bélica ya no tiene como objetivo mostrar la destrucción del enemigo, sino ocultarla o manipularla (como bien demostró Alejandro Pizarroso en su "Guerra de las mentiras"). Todo esto, o todo lo contrario, o simplemente el relato es tan inquietante que mejor no contarlo.
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