Hace unas semanas falleció Jordi Hernández... compañero de andanzas juveniles y de instituto y de pueblo. Un amigo. Os acordaréis de él porque era un tipo magnífico, una buena persona, pero con algo de mala suerte y poco tino para esas decisiones tan cotidianas y tan importantes que la mayoría tomamos sin darnos cuenta de lo complejas y determinantes que son en nuestra vidas. Trabajaba y le ha dado un ataque al corazón que le ha fulminado. Jordi había pasado una mala temporada, y justo cuando comenzaba a salir, la vida se le ha torcido, esta vez definitivamente.
Podría parecer que su corta trayectoria no ha dejado marca en sus amigos; quizá porque estos últimos años muchos de nosotros habíamos distanciado en el tiempo los contactos con él, las vidas se bifurcan y traen estas cosas. Pero en realidad su recuerdo y su rastro en nuestras vidas y en nuestra memoria es insustituible, forma parte del imaginario de nuestra existencia. Jordi es y será un vínculo con esa compleja e intensa etapa de la juventud que se nos escapa entre los dedos justo cuando el destino se lo ha llevado. Es como si el sino se lo haya llevado para evitarle el dolor de tener que adaptarse a una nueva vida que le costaba asumir, a la que siempre le costó plegarse. Jordi fue siempre vital y optimista, activo y feliz, era un enganche permanente con la esperanza para todo el que quisiera acercarse a él. Su espíritu estaba empapado por un proyecto que siempre estaba por llegar, que se sostenía en la punta de los dedos, que casi podía rozar pero que se escapaba cuando más cerca parecía tenerlo. Sus amigos le empujábamos para alcanzar esos sueños que rondaban su cabeza, sentados siempre junto a un café o una cerveza charlando afablemente, dejando pasar el tiempo entre risas y futuros. Pero Jordi era testarudo, nunca se dejó empujar, quería llegar a los sueños de la única manera que se puede llegar a ellos, con la imaginación. Su apego a esos sueños le puso la vida difícil en muchas ocasiones, pero cuando eres un tipo auténtico como Jordi, las dificultades nunca existen, solo existen los sueños. Todos le ayudamos en alguna ocasión para que diera un salto, y todos aprendimos de él que los sueños son, en muchas ocasiones, demasiado intensos para dejarlos escapar y cambiarlos por la fea y rácana realidad. Esa valentía, esa ambición por llenarse de vida y de juventud es lo que todos admirábamos en Jordi, eso y que era un buen amigo y una buena persona, quizá el mejor amigo y la mejor persona de los que formamos aquel grupo de jóvenes que hoy, cuando despedimos a Jordi nos hemos hecho irremediablemente y para siempre, si todavía no lo éramos, mayores.
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